Mientras buscaba en mis recuerdos -obviamente subjetivos, poco precisos y llenos de filtros- hechos políticos que me lleven a comprender mi percepción del “proceso de cambio”, recordé los acontecimientos que me habían generado fuertes emociones. El primero, sin lugar a dudas, la muerte de Hugo Banzer Suárez; mi abuelo, lloraba ante la transmisión televisiva del cortejo fúnebre. “Mi general que macho sos, mi general sos un campeón” decía – yo tenía nueve años.
Un año más tarde vinieron las revueltas por los yacimientos gasíferos. Aquel llamado Octubre negro, según recuerdo, estaba lleno de protestas y despliegues militares. Vi cómo los medios contaban la huida de Gonzalo Sánchez de Lozada y cómo mi familia quedaba perpleja, también losnombres del Mallku, Felipe Quispe, y de Evo Morales adquirían relevancia, aunque yo los recuerdo con desagrado.
En una visita escolar al Palacio Legislativo, dando vueltas por los curules de los diputados, pasamos por el lugar de Evo Morales. Cada escritorio tenía el nombre del diputado y la bancada a la que pertenecía. Como suele hacerse con los escritorios – para proteger la madera – tenían tapas de cristal. El asiento de Morales era el único que estaba sucio, según lo recuerdo tenía una capa grasosa por encima. Hice aspavientos ante tal descubrimiento, estaba llena de asco e indignación. A través de la mirada con la que me crie él no tenía nada que hacer ahí.
Más importante que mi idea sobre el MAS fue mi cuestionamiento sobre lo boliviano, de repente carecía de sentido, ni la República ni el Estado Plurinacional habían realmente cambiado algo.
Daniela Méndez
Al término del mandato de Rodríguez Veltzé – quien sucedió a Carlos Mesa después de su renuncia, que a su vez sucedió a Sánchez de Lozada después de su huida – vinieron las elecciones del 2005. En mi memoria están las discusiones acaloradas que se daban entre los miembros de mi familia; solo una tía que apoyaba al MAS lanzaba argumentos que los demás rechazaban sin prestarle atención. Cuando el MAS ganó por más de la mitad y sin segunda vuelta, mi abuela lloró.
Luego vinieron los cambios de forma, de República a Estado Plurinacional y la nueva Constitución Política del Estado. Además de nuevos actores políticos que estaban ocupando lugares que tradicionalmente no ocupaban y que en el imaginario colectivo no debían ocupar.
En el 2011, con la propuesta de la carretera que uniría Cochabamba y Beni atravesando el TIPNIS, se dio la octava marcha indígena, que atravesó el país por más de 60 días y concluyó con su llegada a la Plaza Murillo. Mi colegio estaba cerca al reccorido y la culminación de la jornada coincidía con la llegada de la marcha. Recuerdo como las calles se llenaron de personas que entre lágrimas y porras recibían a los manifestantes. Pocas veces he sentido tal euforia colectiva y pocas veces me he sentido conscientemente parte de una colectividad. Creo que mi despertar y la necesidad de repensar se dio por la marcha del TIPNIS. El indígena, que había subido al poder a costa de sus raíces aymaras y su trayectoria de base, les daba la espalda a los indígenas. Para mí esto cambiaba la división del “nosotros” y “los otros”; ya no era los blancos vs los indios sino era el poder vs el pueblo. Dicho despertar no fue en tiempos de un MAS libertador e idealizado sino en el inicio de la decadencia del proceso de cambio.
Al entrar a la Universidad Mayor de San Andrés se me abrió la puerta a escuchar diferentes subjetividades y a relacionarme con ellas. De repente muchas de las cosas que el MAS había hecho, y que había criticado, tenían sentido. Quizás la mesa oleosa que vi no estaba ahí, tal vez no era más que la sensación que me causaba el “otro”, quizás ese miedo de ver a un indio en el poder no era más que el miedo a esos “otros sin alma”. Más importante que mi idea sobre el MAS fue mi cuestionamiento sobre lo boliviano, de repente carecía de sentido, ni la República ni el Estado Plurinacional habían realmente cambiado algo. Existía un mundo entero que me era ajeno y las palabras y percepciones heredadas dejaron de tener sentido. Los vacios en sus discursos fueron cada vez más evidentes. La política se convirtió en una excusa que utilizaba argumentos válidos, los prostituía y los dejaba sin sentido. Comencé a ver al “otro” y a pensar qué tan similares éramos.
Cuando llegó el referéndum del 21F y se dieron las movilizaciones, a las que en primera instancia asistí, observé y escuché sus razones que por la omisión del “otro” y su alta carga despectiva me remitían a mi infancia. Pensé que, como me pasaba a mí, no se trataba de argumentos que eran frutos de una reflexión, sino que era la repetición de una voz que no era suya.
Ante la nula proposición de una visión política que recupere los aciertos del MAS, que no pretenda borrar la historia, sino que a partir de eso se construya, renacieron los políticos antiguos. Uno que fue vicepresidente de Hugo Banzer Suárez y otro que fue el vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada, acompañados por caras viejas que obstinadas en su afán de poder no aceptan su fracaso, reproduciendo discursos gastados que alimentan la división. Todo esto acompañado de un MAS que se aferra a lo que en un momento era importante y válido, hoy sólo es una excusa.
Cada percepción política en primera instancia no ha sido más que el eco de la de sus padres, abuelos y maestros. Ante la fatal repetición de nuestra historia, por no cambiar el pensamiento, creo que se vislumbra un futuro en el que una generación rebelde que incomoda, debe imaginar un mundo diferente. La esperanza está en que la normalidad se nos vuelva abrumadora, carezca de sentido y nos empuje a pensar. Y finalmente nos lleve al límite donde la única opción sea actuar.
*La cursiva es añadida
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