Bolivia vive un momento económico de alta fragilidad. Tras más de una década de un tipo de cambio fijo (Bs 6,96 por dólar), las reservas internacionales se han desplomado, el déficit fiscal supera los dos dígitos y el mercado paralelo del dólar refleja la pérdida de confianza en la moneda nacional. La inflación, aunque todavía contenida en cifras oficiales, amenaza con dispararse si persiste la emisión para financiar el gasto público. Al mismo tiempo, los ciudadanos ya “dolarizan” de facto sus ahorros y grandes transacciones. La pregunta es evidente: ¿puede la dolarización ser la salida para Bolivia?
Los diagnósticos sobre inflación crónica, instituciones débiles y tentaciones populistas resuenan con fuerza en nuestro país. Y esos argumentos sostienen que Bolivia necesita un cambio de régimen monetario: dolarizar plenamente su economía para anclar expectativas, proteger a los ciudadanos de la inflación y forzar una disciplina fiscal que nuestras instituciones no han sabido garantizar.
La inflación como problema político e institucional
Pues la inflación no es simplemente un fenómeno económico, sino político y también institucional. La “anomia fiscal y monetaria”, que es entendida como la ausencia de normas o la desintegración del orden institucional, con esto me refiero al círculo vicioso en el que gobiernos financian sus déficits con emisión, destruyendo el valor de la moneda, erosionando la confianza y preparando el terreno para nuevas crisis. Nuestro gobierno está demostrando que existe una incapacidad de sostener reglas claras y de resistir la tentación inflacionaria, es decir, recurrir a mayor emisión monetaria.
Y en Bolivia, aunque no hemos sufrido una hiperinflación desde los años 80, los síntomas actuales llegan a ser similares: gasto público insostenible, déficit cubierto con deuda y emisión encubierta, y un Banco Central cada vez más subordinado al Tesoro y al poder ejecutivo. El riesgo de repetir viejos fantasmas está latente. Así, sin un ancla creíble que restrinja a los políticos, toda promesa de estabilidad se convierte en ilusión. No basta con legislar la independencia del Banco Central; en países con instituciones frágiles, esas leyes se doblan bajo la presión coyuntural. La dolarización, en cambio, ofrece una forma de atar las manos del poder político.
La dolarización como solución estructural.
“Eliminar la inflación sería la reforma más importante para atravesar la crisis”. Sin precios estables, no hay inversión, ni ahorro, ni crecimiento sostenible. Y una dolarización es el único mecanismo capaz de lograrlo de manera permanente, porque retira al gobierno la posibilidad de financiarse con la “maquinita”.
Para Bolivia, esto tendría tres beneficios inmediatos:
- Estabilidad de precios, ya que, al adoptar el dólar, la inflación convergería a la política monetaria de Estados Unidos, eliminando devaluaciones y sobresaltos cambiarios.
- Protección del ahorro y los salarios, donde los bolivianos dejarían de ver evaporarse su poder adquisitivo cada día con cada ajuste del tipo de cambio en el mercado paralelo.
- Disciplina fiscal forzada: sin Banco Central que emita, el Estado tendría que ajustar su gasto a ingresos genuinos o endeudamiento responsable.
La dolarización funciona como el único “cepo” que realmente importa, ya que limitaría al poder político y libera a la sociedad de esta incertidumbre monetaria. En países dolarizados como Panamá o Ecuador, la inflación dejó de ser un problema estructural y la gente ganó un activo invaluable que otorga esa confianza en la moneda que se usa cada día.
¿Por qué estas reformas son necesarias?
Dolarizar no es sólo un acto técnico, sino un paquete integral de reformas. Emilio Ocampo y Nicolás Cachanosky, en su libro Dolarización: una solución para la Argentina, señalan que “la reforma bancaria es la clave”.
Esto aplicado al caso boliviano, significa:
- Una reforma fiscal ayudará a eliminar subsidios insostenibles y establecer reglas fiscales que impidan volver al déficit crónico. La dolarización obligaría a hacer visible el verdadero costo del gasto público.
- La reforma bancaria, se encargará de convertir depósitos y créditos de bolivianos a dólares de manera ordenada, elevar los requisitos de liquidez y crear un fondo de respaldo bancario financiado por el propio sistema.
- Y una reforma institucional que podrá garantizar seguridad jurídica, simplificar trámites y abrir la economía al comercio, dado que ya no se podrá recurrir a devaluaciones para ganar competitividad.
Ambos autores insisten en que, sin estas reformas, la dolarización corre el riesgo de ser saboteada por los mismos grupos de interés que históricamente han pedido devaluar o imprimir dinero para proteger privilegios.
¿Cuál será el destino del Banco Central?
El mantener un banco central tras dolarizar es peligroso. ya que, aunque sin moneda propia no podría emitir, este seguiría siendo un canal de discrecionalidad política. Por eso se propondría su eliminación o reconversión donde sea una institución residual encargada solo de supervisión bancaria o de gestionar pagos, sin capacidad de financiar ni al Estado ni a los bancos.
Para Bolivia, esto significaría transformar el Banco Central en un ente regulador limitado o disolverlo y trasladar funciones de supervisión a una superintendencia independiente. La señal sería potente: cerrar la imprenta de billetes de manera definitiva, haciendo irreversible la decisión de dolarizar.
Desafíos institucionales y políticos
Ahora la dolarización es también un desafío de voluntad política. Requiere consensos amplios, reformas legales (incluso constitucionales) y una narrativa clara para contrarrestar las críticas nacionalistas. La “soberanía monetaria”, dicen, ha sido en realidad una ilusión ya que tener moneda propia no nos dio estabilidad, sino crisis recurrentes. La verdadera soberanía está en garantizar a los ciudadanos que el fruto de su trabajo no se diluirá con inflación.
En Bolivia, gracias al populismo habrá resistencia de sectores acostumbrados a vivir del gasto público y de tecnócratas que aún creen en la independencia formal del Banco Central. Pero la experiencia que podemos ver en la Argentina tanto como la nuestra, nos demuestra que esas promesas podrían ser insuficientes. La dolarización obliga y exige un compromiso político mucho más fuerte que sería el de renunciar a la discrecionalidad como herramienta de gobierno.
En fin, debemos tomar en cuenta que sin estabilidad monetaria no hay futuro. Argentina nos enseñó, con un siglo de inflación, el ejemplo de lo que ocurre cuando se posterga una solución de fondo. Y Bolivia tiene ahora la oportunidad de aprender de esa experiencia. La dolarización no resolverá todos nuestros problemas, pero sí eliminará el más dañino que es la inflación como instrumento político. Al hacerlo, sentará las bases para reconstruir la confianza, atraer inversión y obligar a un manejo fiscal responsable.
Dolarizar es un acto de “abnegación institucional” deben aceptar límites para proteger a los ciudadanos. Si queremos un país estable y próspero, quizá haya llegado la hora de que Bolivia se ate al mástil de la disciplina, como Ulises ante las sirenas, y adopte el dólar como su moneda oficial por el momento.

Trabaja como asesor en comercio internacional. Ingeniero petrolero de profesión, y cursa la maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Diplomado en Educación Superior. (UNIVALLE)
Diplomado en Economía Austriaca (3ra Versión – ESEADE)
Especializado en Marketing político y campañas electorales. (Escuela de Gobierno Goberna)
Diplomado en Comercio Exterior y Adm. Aduanera. (Fundación IDEA)
Especializado en Gestión Integral de Residuos Solidos. (CECAP Consulting)
Diplomado en Argumentación para las Ideas del S. XXI (Instituto de Investigación Social Solidaridad)
Gerente Librería Libertad Literatura
Fundador Generación Libertad




