Nos encontramos en un contexto, que los expertos han denominado, VUCA (sigla en inglés que significa: Volatilidad, Incertidumbre, Complejidad y Ambigüedad). Hace referencia a que estamos sometidos a una realidad en la que nada es estable, constante o permanente, además refleja que la sociedad no tiene un fundamento o una verdad, que convivimos con hechos contradictorios y cambiantes. Por ende, necesitamos adaptarnos o ser resilientes. Sin entrar mucho en las implicaciones, lo que sí sabemos es que estamos frente a una “transición”, un cambio de época. La razón principal es que existe una revolución silenciosa y profunda, sucediendo en este mismo momento, y del que todavía no tenemos certezas. Esta es la revolución digital y comunicacional, que se conoce como la Tercera Revolución Industrial, porque se cree que va a cambiar el sistema productivo, económico, político, social, cultural, etc.
En términos más sencillos; el internet, la comunicación, la Inteligencia Artificial va a acelerar, como hizo la pandemia, el cambio social, que ya venía tomando parte décadas atrás. Este cambio inició con un cuestionamiento a los fundamentos, tradiciones, valores, creencias de la sociedad, y ha causado un tipo de actitud, clima social y comportamiento político distintivo, algo que se podría denominar como comportamiento posmoderno.
Examinemos el caso de Chile. Gabriel Boric obtuvo la presidencia de Chile en 2021, luego de vencer en segunda vuelta con el 55,87% de los votos frente al 44,13% de José Antonio Kast. Recordemos que en 2019, Chile vivió un estallido y convulsión social sin precedentes en el que supuestamente se “reclamaba mayores derechos sociales, más presencia del Estado y cerrar la desigualdad que no ha corregido el crecimiento económico del país en los últimos años” señala la BBC. Boric capitalizó el descontento del pueblo chileno al presentarse como el candidato del cambio y progreso, además no representó a ninguna de las dos fuerzas políticas más importantes de Chile (centro izquierda y centro derecha), sino a la izquierda más radical.
El presidente Boric se puso la tarea de redactar un nuevo texto constitucional (reemplazando al de 1980) para calmar las voces del descontento social, pero en el plebiscito de septiembre 2022 obtuvo un rechazo del 62%. Ese texto constitucional pretendía un estado plurinacional con autonomías regionales, o crear un “Estado social y democrático de derecho» que provea bienes y servicios. El rechazo fue hacia una constitución que promovía grandes cambios que no fueron consensuados, pero también fue tomado como un cuestionamiento sobre el gobierno y liderazgo de Boric.
El domingo 7 de mayo, la derecha liderada por Jose Antonio Kast obtuvo 23 de los 51 escaños del Consejo Constitucional, que tiene la tarea redactar una nueva Carta Magna para Chile. Es decir, pasamos pendularmente de un amplio apoyo de la izquierda a un apoyo a la derecha. Este giro puede ser consecuencia del rechazo a la agenda progresista, la incertidumbre producto de la crisis económica, de seguridad, etc. Pero lo que realmente refleja es que estamos ante una sociedad y política líquida. Ya no existen los grandes bloques ideológicos y partidistas que se movían unitariamente a favor o en contra de algo. En consecuencia, existen una sociedad fragmentada e individualizada, que va responder a las necesidades del momento y trata de encontrar a alguien que se parezca a uno. Pero también es vulnerable a la influencia, a las falsas expectativas y al error.
Otro ejemplo de la política líquida es el caso de Ecuador, acaban de disolver su congreso y convocaron a unas elecciones en 6 meses. A pesar de lo mencionado, hay que dejar claro que no existe nada nuevo bajo el sol. Si bien la política no está respondiendo a cuestiones de forma, existen otros elementos de fondo a los que si debemos prestar atención. Si la política ya no responde a partidos, ideologías y a los grandes medios de comunicación, sí responde a candidatos, cultura y a las redes sociales.