El humano es un ser racional, pero en ocasiones el contexto lo inhibe de esa capacidad. Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía en 2002, estableció que la mente funciona a dos niveles al momento de tomar decisiones; el pensamiento rápido y el pensamiento lento. El primero consiste en una serie de atajos y reacciones automáticas, que explican las respuestas intuitivas, casi programadas, a diferentes estímulos. Naturalmente este tipo de pensamiento, que utilizamos la mayor parte del tiempo, eso deriva en errores y sesgos. El segundo involucra el razonamiento pausado, voluntario y deliberado, y por lo tanto, es mas crítico y matemático. Permite la resolución de problemas complejos y sin cometer muchos errores, pero requiere de una preparación académica sólida.
En la actualidad el ser humano se encuentra envuelto en la red digital. Esta se caracteriza por la inmediatez, la falta de mediación y la amplia distribución y participación. Exige y condiciona a que las personas respondan únicamente con el pensamiento rápido, con la parte más animal, además involucra los sentimientos y emociones. Toda red social está edificada con alertas y notificaciones instantáneas, con posts que emergen constantemente, con respuestas fáciles y rápidas como las reacciones o los comentarios sugeridos, con listas de vídeos y contenido interminable, y algoritmos que identifican los gustos y preferencias del usuario para sugerirle contenido efímero y segmentado. El objetivo es que el usuario pase el mayor tiempo enganchado para obtener mayor rentabilidad, ya sea por publicidad, la venta de datos, o la influencia en el comportamiento del usuario. Esto se conoce como la economía de la atención (adicción).
En definitiva, la estructura de las redes y el espacio digital pone a las personas en su estado más primitivo. Por esta razón podemos explicar cuestiones tan importantes para la democracia como la polarización extrema. Si las redes se benefician con la permanencia del usuario entonces favorecen comportamientos básicos, y algunos de estos tienen efectos adversos sobre la realidad. Por ejemplo, en el ámbito digital las personas se dividen en grupos homogéneos (burbujas) y disputan constantemente con otros grupos que piensan diferente. Las discusiones entre grupos son vírales e interminables. Sin embargo, cuando esta división o polarización se traslada al mundo real afecta la cohesión social, dificulta el entendimiento y castiga a los liderazgos que buscan acortar las brechas.
Otros efectos adversos son la reducción de la calidad del debate publico, la menor exigencia y preparación de los líderes y la escasa capacidad para discernir propuestas, políticas públicas e información falsa. Los políticos nos gustan no por su análisis racional o su capacidad de gestión sino por su habilidad de complacernos y agradar a nuestras preferencias irracionales. Se premia al candidato confrontativo y espectacular, que al calmado y racional. La IA (Inteligencia Artificial) nos debe llamar la atención, sobre todo en la manera en que afectará el desempeño del ser humano. Si consolida su posición de «asistente virtual» dificultará el ejercicio del pensamiento lento.
La consecuencia más relevante es que las personas estamos siendo condicionadas a pensar rápidamente ante estímulos constantes. Nos emplazamos, consciente e inconscientemente, en un estado en que la mente no puede ejercer su función netamente racional plena. Esto se traduce, a gran escala, en democracias o estados en los que la soberanía del pueblo se resquebraja, por lo tanto, son propensas a ser controlados por unas élites apercibidas, que pueden trasladar al ámbito público ciertos aspectos que les benefician y que valiéndose de artimañas pueden generar consensos entorno a sus programas.
Los políticos actuales tienen a su favor la ley del mínimo esfuerzo, ponen inmensas cantidades de recursos en la campaña electoral para hacerse con el poder. Si lo consiguen se valen de la campaña permanente y reducen su gestión a cuestiones espectaculares. Por ejemplo, crear una falsa apariencia de cercanía y conexión entre el político y el electorado por medio de la interacción en las redes. Este tipo de interacción no llega a cubrir todas las demandas del procedimiento formal, aunque si puede servir como un enlace para facilitar este proceso. En ninguna circunstancia es concebible reemplazar el espacio de toma de decisiones o el debate público por el espacio digital, en su aspecto meramente espectacular. Se requiere un esfuerzo mayor para alcanzar la gobernanza digital o governance.
Hacer frente al mundo digital y a sus impactos requiere de mucho trabajo, pero principalmente reconocer sus efectos adversos. Hasta el momento sabemos que el mundo digital daña nuestra capacidad de concentración y reducen nuestra atención, afecta el contenido de la memoria y el procesamiento de la información y modela nuestro comportamiento con base en las emociones que experimentamos en las redes. A esto se debe sumar los efectos en el contexto global, como en la democracia o las relaciones sociales. Estamos en una transición puesto que conforme sepamos todos los efectos adversos podemos actuar correctivamente, aunque persiste el riesgo nunca llegar a conocer todos los efectos. Sin embargo existen señales de que el pensamiento crítico todavía tiene cabida en la vida del ser humano.
Bibliografía
Kahneman, D. (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Debate.
El pensamiento rápido domina nuestra sociedad y distorsiona la democracia
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