El siguiente texto es una continuación del artículo «La Batalla Cultural de Agustin Laje (Parte I)«.
La economía pasó del sistema pre-fordista al fordista, lo que generó productos estilizados, con una mayor variedad de ofertas a precios más accesibles para los consumidores. Esto permitió a la clase media disfrutar de productos con precios competitivos, mejorando la calidad de vida de la población. Esta transformación cambió la forma en que la gente percibía sus productos, estos se convirtieron en una extensión de su personalidad y estilo de vida. Viéndose reflejado en la forma en que la moda se desarrolló con el avance de la industrialización, ya que los consumidores no sólo buscaban productos útiles, sino también aquellos que reflejaran su individualidad.
Con la llegada del posmodernismo, el posfordismo se convirtió en una cuestión hipercultural. La economía se entrelaza con la esfera cultural dando lugar a una industria cultural. Es decir, la economía empieza a ofrecer productos y servicios de entretenimiento, recreación o autorrealización por cuestiones relacionadas a la cultura. Asimismo, lo digital se transforma en el eje de la economía (capitalismo de vigilancia); desmaterializado, centralizado en el conocimiento y personalizado. Un conglomerado de tecnologías registran los data points de los usuarios para entender sus comportamientos y demandas, esta es la materia prima del sistema económico. En internet las cuestiones políticas, económicas y culturales se entretejen y desplazan sus limites. El dominio de la información y los mecanismos operativos del internet se convierten en campos de lucha para los estados, ya que el conocimiento permite mapear la cultura y a su vez su intervención y reordenación.
La economía consintió el influjo cultural que facilita la personalización, diversificación y volatilidad, pero condiciona los procesos y racionalización económica. El principal resultado es la hegemonía cultural sobre el mercado, y de la cuál Edward Bernays es uno de los promotores. Si bien esta hegemonía logra cierta rentabilidad, hace al mercado susceptible a sus influencias. La cultura de la cancelación es una muestra del condicionamiento ideológico sobre el mercado y las empresas.
La imagen sustituye o supera a sus referentes; es un elemento cultural, es apariencia, es el simulacro del imperio de la imagen y se transforma en un referente para la realidad. La TV es cultura basada en imagen, que degrada al ser humano al igual que su pensar conceptual. Esta brinda una realidad que parece no estar mediada, y hace que todo sea un espectáculo. La Batalla Cultural aparece donde los mecanismos de reproducción social ceden frente a mecanismos de secularización, mercantilización y democratización. Además, la lucha por el poder involucra una Batalla Cultural, no hay que olvidar que la política sometida a funcionamiento tecnomediático y cultural. El internet convierte al espectador en un participante activo, que tiene presencia de medios digitales y construye un yo digital. La realidad pasa a estar supeditada a la imagen; al simulacro. Por lo tanto, es el nuevo terreno de la Batalla Cultural.
La digitalización reduce todo a datos almacenables y los convierte en información. En este contexto la cultura asume un primer orden y que conlleva a un intercambio entre receptores y creadores. Al ser todo cultura, todo se abre al dominio cultural. Las culturas se vuelven débiles, efímeras y de fácil dominio. Sobre ellas hay un esfuerzo de ingeniería cultural y dominio, que proviene de infraestructuras financieras y tecnológicas. La dominación no es neutral, el algoritmo orienta decisiones, y sobre ella se delega la soberanía. El internet generó un espacio público digitalizado y abierto a la comunicación pública global. Sin embargo, derivó en la crisis de la representación política. En la era molecular de la política, desaparecen los partidos políticos y se generan movimientos sociales; dónde el antagonismo reina.
La forma del poder en el mundo digital es novedoso. En la premodernidad el poder era disciplinario; dependía del uso de la fuerza para moldear y atomizar al sujeto. Con la modernidad se lo utilizó para disciplinar, reglamentar, corregir, enderezar y cronometrar. La posmodernidad individualiza, fomenta la hipercomunicación y optimiza procesos psíquicos y materiales. Este panoptico 2.0 convierte al sujeto en objeto de vigilancia, no hace falta la represión sino la «seducción»: una vida estilizada, entretenida, y diversa. Una psicopolítica digital global que interviene y orienta las variables psicológicas. Shoshana Zuboff afirma que el sistema digital almacena datos para predecir el comportamiento, cambiar la conducta de las personas o a gran escala, además de vender los datos. Por ello, las tecnologías no son neutras en términos políticos e ideológicos. Tienen la capacidad de censurar o promocionar cualquier tipo de contenido.
La crisis del estado nacional, estando influenciada por la revolución tecnológica y comunicativa, supera la delimitación y centralización política. Con ello, la digitalización desarraiga el componente cultural nacional. Además, el estado pierde parte de su autonomía y soberanía por los organismos internacionales. El poder político se deposita en organismos externos como la OEA, UE, CIDH, ONU, etc. Si existiese un poder global este no pudiera ser democrático, ya que el poder no emana del pueblo por instrumentos electorales. Este poder seria teocrático y elitista, y sus decisiones se impondrían sobre el Estado y el pueblo. Un poder de esta magnitud se desliga territorialmente y se hace omnipresente, ineludible e incontrolable.
Por último, Laje analiza el espectro ideológico entre izquierda y derecha. Explica que la izquierda y derecha solo significa distancia y el contenido se determina según las circunstancias. Se trata de términos elásticos y vacíos. La izquierda deconstruye el campo social y las relaciones para establecer algo nuevo, propugna la autodeterminación y el relativista moderno. Además politiza los factores que distinguen a la sociedad como la sexualidad, raza, educación, etc. Por su parte, la derecha señala que hay una armonía social entre la totalidad y sus partes, que es extramental y en la que no somos soberanos. La derecha y la izquierda son simplificaciones e indeterminaciones (flexibilidad y abstracción) que generan corrientes (identidades políticas).
En mayo del 68, el movimiento universitario no fue tomado en serio hasta que sus números fueron significativos. La principal implicación de este acontecimiento es que las cuestiones sociales y económicas se cambian por las culturales, y se convierten en el núcleo de las contradicciones políticas. Los trabajadores comenzaban a vivir bien, se aburguesaron y perdían la cohesión e identidad, por lo tanto la izquierda encuentra en el dominio cultural su energía política. En mayo del 68 se cuestiona los valores, tradiciones, costumbres para experimentar una ruptura compleja o revolución, pero, en realidad, no pasa nada porque se trata de un espectáculo mediatizado. Sin embargo, es un punto de inflexión que plantea una revolución moral, estética y sexual que se dirige y conflicto con la intimidad.
En los 90 se impuso el capitalismo y el consenso de Washington, por lo que la contradicción entre capitalismo y socialismo quedó superada. La izquierda emprendió el camino cultural, y pasó a asociarse con metacapitalismos. Esta no desafía el orden económico, pero genera un hiperconsumismo con su propuesta de emancipación, deconstrucción, autenticidad y el anticonformismo. Debido a que no puede imponerse la revolución se da paso al Marxismo Cultural, centrada en cuestiones filosóficas y culturales. Gramsci propone el bloque histórico: la unión entre estructura y superestructura. En la que se busca la hegemonía, que es una dimensión de unidad que trasciende el cálculo económico, corporativo, intelectual y moral para que un grupo se imprima sobre otro subordinado. Hay un interés legítimo en las instituciones que mantienen la hegemonía (medios de comunicación, universidades, iglesias, etc.). La nueva estrategia es la problematización de la identidad.
Para que un grupo sea hegemónico debe articular la voluntad general y se debe enfocar en construir al sujeto por medio de una superestructura e ideología. La hegemonía no debe responder a ninguna clase económica ya que depende de la articulación de grupos particulares. Sin embargo, todo hegemonía necesita de algún tipo de antagonismo respecto al otro externo. Una hegemonía esta constituida por diferentes eslabones, que tienen una identidad diferenciada, pero que están enlazados por un discurso ideológico que modifica parcialmente la identidad de cada eslabón. Su discurso debe dominar culturalmente para representar al conjunto. Una manera de construir una hegemonía es por medio de la Batalla Cultural, que aglomera a distintos sujetos por un enemigo común.
Una hegemonía de izquierda es un conjunto de ideologías, discursos, símbolos y marcas de referencia que hacen equivalentes a diferentes identidades en la lucha contra el sistema capitalista. La Escuela de Francfort fomenta el interés por la superestructura (cultura), la familia (reproduce a la sociedad) y las instituciones estables (escuela, iglesia, artistas) por su potencialidad conservadora o de revolución. Para esta doctrina, la ideología ya no es un reflejo de las condiciones económicas. Señalan que cuando una ideología se posiciona en la psique de la gente, la modifica y se convierte en un poder social material. Creen que la revolución política y económica solo es posible, primero, con una revolución psicológica, cultural y sexual. Hay un interés creciente por invadir el área interpersonal y la vida privada.
La Nueva Izquierda (1960) es contracultural y asume que todo es político. Su principal tópico es la relación entre trabajo y placer. Indican que al principio todo era placer, pero en la medida en que el capitalismo avance se crearán las condiciones par abolir la represión creada por el trabajo, ya que por medio de la abundancia y la automatización tecnológica se podrá regresar al principio del placer. El socialismo no funciona en un contexto de abundancia, necesita un hombre nuevo (sujeto político) para regresar al principio del placer. Por lo tanto, el socialismo es posible en la medida que se modifica al hombre, y esto es posible por la abundancia bien distribuida. Para esta doctrina, el trabajo debe ser un juego que permite sexualizar campos no sexuales y generar placer. Buscan liberar la sexualidad de toda represión. Con un hombre nuevo es posible una nueva sociedad.
Creen que la revolución se alcanzará con la formación de un hombre nuevo y cuando se altere el sistema de clases, modificando la estructura económica que nos guíe al socialismo. Después de la revolución de mayo de 1968 se da un giro culturalista y los filósofos de izquierda se convierten en mainstream. Focault redirecciona su análisis del poder desde las dimensiones capilares hacia las historias particulares, además permite que la izquierda abrace a nuevos sujetos políticas, más allá de la clase obrera. La expresión del poder no solo encuentra en el Estado o el sistema económica, sino en toda relación asimétrica. Se empieza a comprender que el poder es omnipresente, se halla en la superestructura y también en las relaciones de prohibición. Nos encontramos en un estado de miniaturización y dispersión del poder. Se politiza los distintos rincones y relaciones de la vida social.
Foucault analiza el poder desde los discursos por sus efectos productivos sobre el sujeto. En la articulación discursiva de la realidad social es dónde se buscará el poder: palabras – disciplinas – saberes – creencias – cultura. El discurso transporta y produce poder, pero también puede minar, exponer o detener el poder (contrasaberes y contradiscursos).
Si la izquierda fue capaz de llevar los antagonismos a la esfera cultural, la derecha solo se ha enfocado en la economía, en los valores, tradiciones, en revivir un orden social premoderno o en proteger la soberanía nacional. Las diversas derechas no fueron capaces de dar la Batalla Cultural. Pero algunos teóricos, como Rothbard, observaron que el campo económico es insuficiente para trazar fronteras políticas con la izquierda. Tampoco es posible traspasar hacia la batalla cultural únicamente con la mirada religiosa. Es necesario definir un núcleo de coincidencias calóricas y trabajar mancomunadamente para impulsar convicciones. La política debe ser la base para edificar una identidad política para la derecha.
Laje planeta que es necesario crear unas identidades de derechas para dar contenidos de derecha, que pueden construir una hegemonía y dar la Batalla Cultural. La identidad de derecha debe ser capaz de articular eslabones de identidades particulares, esto implica un sistema de equivalencias que sobrepase la fuerza relativa e individual de cada eslabón. Con todo esto en marcha, será posible generar una resistencia al proceso de deconstrucción cultural. Para encontrar una identidad de derecha, Laje observa que un significante vacío como la «Nueva Derecha» unirá todas las esferas de la derecha. Entre todas las corrientes se debe impulsar puntos de apoyo que den impulso a la Nueva Derecha, que a su vez servirá para dar la Batalla Cultural y posteriormente generar el contenido de las políticas públicas.
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