En los últimos días he recibido una avalancha de comentarios, preguntas y quejas. Todos sobre lo mismo: la política boliviana. Nunca me había sucedido algo igual. No hace falta ser economista para notar cómo se deteriora la economía por culpa del mal manejo estatal: empresas públicas deficitarias, gasto excesivo, políticas que asfixian al sector privado. Tampoco es necesario ser politólogo para entender que nuestra élite política está en decadencia: actúan, callan o declaran únicamente por ambición de poder.
Este panorama ha despertado en muchos un interés urgente por la política y la economía, con el deseo de cambiar las cosas. Pero… ¿cómo se cambia algo que no depende directamente de uno?
Entre la desesperación y la estrategia
La primera consecuencia es una clara desesperación.Una sensación pesada, como una mochila con piedras sobre los hombros. Sentimos que no hay forma de sacudirnos esta carga, que nada de lo que hagamos influirá en el corto plazo. Pero sí hay algo. O mejor dicho, dos caminos posibles, según Albert O. Hirschman en su obra «Salida, voz y lealtad» (1970);
La voz: Protestar. Denunciar. Alzar la voz constantemente y con claridad, como una forma democrática de resistencia. Sabemos que desde el poder se busca tapar la crítica con discursos triunfalistas; la estrategia comunicativa de la inundación (abundante flujo de noticias, comentarios y opiniones gubernamentales), pero como toda tormenta, incluso la más intensa, eventualmente se disipa ante el sol. Si la voz se convierte inservible, ya que existen muchos fanáticos de la ideología y los dogmas, por el populismo o el caudillaje que somete. O por último, por el mal manejo de la élite política. Queda otro método;
La salida: Retirarse del apoyo a partidos o movimientos que decepcionan. No es cambiar de bando, sino elegir no votar por quienes no están a la altura. Que se considera lo más complicado y difícil de ejercer por la insatisfacción que produce el abandonar a aquellos con los que comulgabas. Esto no quiere decir, sin embargo, que saltes de una orilla a la otra, y la abraces la ideología contrario, sino que dejes de ejercer un apoyo público o que te abstengas de votar por un líder – antes partido – hasta que cambie su comportamiento. O, finalmente, votar por el contrario.
La salida como estrategia también puede ser ejercida en una segunda dimension. La migración del país, algo aún más complicado y que realmente requiere convicción. Sus motivaciones son diversas desde la superación personal, el crecimiento laboral, la búsqueda de nuevas oportunidades o simplemente tener una vida mejor. Las personas que deciden migrar tienen una convicción sólida y correcta para optar por esta vía. No significa que hayan abandonado toda esperanza en cambiar su país, sino simplemente que re acomodan su posición.

¿Qué hacer mientras tanto?
Mi consejo siempre ha sido uno: paciencia. Al menos hasta las próximas elecciones. Pero la paciencia no es pasividad. Es prepararse. Es observar, debatir y participar con voz razonable. Y cuando por fin nos encontramos frente a la urna, elegir la estrategia más efectiva: el voto útil, el voto protesta, la abstención o cualquier otra forma que exprese tu voluntad.
Aunque parezca que no podemos cambiar nada, aún nos queda la voz y la decisión. Y eso, en una democracia, sigue siendo mucho.
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